Un curioso episodio da a conocer la ternura del corazón de Domingo Savio en su devoción a la Virgen. Los alumnos de su dormitorio decidieron hacer a sus propias expensas un hermoso altarcito que había de servir para solemnizar la clausura del mes de María. Domingo era todo actividad en esta obra, pero, cuando fueron después a recolectar la pequeña cuota con que cada uno debía contribuir, exclamó:
-¡Pues sí que estoy arreglado! Para estas cosas hace falta dinero, y yo no tengo ni un céntimo en el bolsillo. Y, no obstante, quiero contribuir con algo.
Fue, tomó un libro que le habían dado de premio, y tras pedir permiso, dijo:
-Amigos, ya puedo concurrir también yo a honrar a la Virgen; ahí está este libro. Saquen de él lo que puedan. Esa es mi contribución. Todos admirados colaboraron con otros libros y pequeñas cosas y se organizó una tómbola con lo que se hizo un magnífico altar.
¿Qué puedo hacer para honrar a María en este mes? No hacen falta grandes obras, sino un movimiento verdadero del corazón.
-¡Pues sí que estoy arreglado! Para estas cosas hace falta dinero, y yo no tengo ni un céntimo en el bolsillo. Y, no obstante, quiero contribuir con algo.
Fue, tomó un libro que le habían dado de premio, y tras pedir permiso, dijo:
-Amigos, ya puedo concurrir también yo a honrar a la Virgen; ahí está este libro. Saquen de él lo que puedan. Esa es mi contribución. Todos admirados colaboraron con otros libros y pequeñas cosas y se organizó una tómbola con lo que se hizo un magnífico altar.
¿Qué puedo hacer para honrar a María en este mes? No hacen falta grandes obras, sino un movimiento verdadero del corazón.
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