"La Virgen quiere que la honremos con el título de Auxiliadora: corren tiempos tan tristes que ciertamente necesitamos que la Santísima Virgen nos auxilie para conservar y defender la fe cristiana" (MBe VII, 288)
Comienza el mes de mayo, tal vez medio inadvertido frente al desconcierto de la situación en nuestro país, pero con la confianza puesta en Dios, sin cerrar los ojos ante nuestra realidad, dispongámonos a celebrar con gozo un mes lleno de cariño a la Madre de Jesús y Madre nuestra. Por esto, Auxiliadora, es un título muy acorde a nuestros tiempos, tal como lo declaró Don Bosco.
Pues bien, en esta ocasión, les invito a reflexionar en el Auxilio de María no tanto en la salud, no tanto en la crisis económica o en la inseguridad y violencia que vive nuestro país... sino donde se juega la felicidad plena del ser humano: su VOCACIÓN.
La vocación entendida más allá de una mera elección profesional, sino como el diálogo constante entre Dios y el hombre, donde no se trata de hacer la voluntad de Dios, no entendida como caprichos divinos, sino como el lento caminar del ser humano en su desarrollo con el acompañamiento de Dios hasta que el hombre alcance su verdadera y plena libertad para amar, y así ser feliz.
En el camino del discernimiento vocacional, que comienza desde que adquirimos uso de razón hasta el momento de nuestra muerte, hay muchos obstáculos que no nos permiten vivir con felicidad nuestras opciones. La fragmentación interior, el ajetreo de la vida diaria, el ensordecimiento de nuestra conciencia, son entre otros, los problemas con los que todos nos enfrentamos en la búsqueda de nuestra unidad. Ahora bien, esa unidad humana, es requisito indispensable para poder escuchar la voz de Dios, como una voz capaz de transformar toda la existencia. Cuando Dios es recibido por un corazón fragmentado que no sabe lo que quiere, que hoy quiere algo y mañana no, que vive la vida como cápsulas disímbolas de situaciones, la voz de Dios resonará con alegría en algunas y será temida y vista como cruel verdugo en otras. "Mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre" reza desde hace muchos siglos el salmo 86. La vocación es un delicado proceso de liberación.
En este camino, necesitamos de modelos y ayudas. Un modelo maravilloso es María de Nazaret, la joven que en su proceso vocacional supo abrirse para vivir lo inesperado, aceptando ser la Madre de Jesús, luego supo discernir la hora en que su Hijo tenía que manifestar la presencia de Dios en medio del mundo, cuando le pide más vino en las bodas de Caná, y bebe el amargo cáliz de la cruz de su amado Hijo, aceptando extender su maternidad hacia todos aquellos que él amó. Ahora, desde el Cielo, María es Madre y Maestra de los hermanos de su Hijo: los cristianos. Su intercesión en este camino, es una muestra del poderío de Dios capaz de sanar heridas, capaz de abrir corazones, capaz de dar sentido a la vida, capaz de perdón y de audacia.
El cetro de María Auxiliadora nos muestra no un imperio, sino una fuerza. María no manda, María acompaña. A ella, los cristianos elevamos la mirada, recordando que es Dios mismo quien la ha fortalecido como canta bellamente el Magnificat.
Al pedir fuerza en la vocación, no dudemos en pedirle que nos enseñe a ser audaces creyentes como ella, que no temamos decirle a Dios: "Aquí estoy!" Ya no pidamos a Dios por las vocaciones si antes no le pedimos por nuestra propia vocación. La vocación no es cuestión de pedir que llame a otros, sino de que nosotros le escuchemos.
María Auxiliadora, enséñanos a acoger la voz de Dios en nuestras vidas, aún en medio de nuestras contradicciones, pues sabemos al ver tu ejemplo, que para él, nada es imposible. Amén.
Comienza el mes de mayo, tal vez medio inadvertido frente al desconcierto de la situación en nuestro país, pero con la confianza puesta en Dios, sin cerrar los ojos ante nuestra realidad, dispongámonos a celebrar con gozo un mes lleno de cariño a la Madre de Jesús y Madre nuestra. Por esto, Auxiliadora, es un título muy acorde a nuestros tiempos, tal como lo declaró Don Bosco.
Pues bien, en esta ocasión, les invito a reflexionar en el Auxilio de María no tanto en la salud, no tanto en la crisis económica o en la inseguridad y violencia que vive nuestro país... sino donde se juega la felicidad plena del ser humano: su VOCACIÓN.
La vocación entendida más allá de una mera elección profesional, sino como el diálogo constante entre Dios y el hombre, donde no se trata de hacer la voluntad de Dios, no entendida como caprichos divinos, sino como el lento caminar del ser humano en su desarrollo con el acompañamiento de Dios hasta que el hombre alcance su verdadera y plena libertad para amar, y así ser feliz.
En el camino del discernimiento vocacional, que comienza desde que adquirimos uso de razón hasta el momento de nuestra muerte, hay muchos obstáculos que no nos permiten vivir con felicidad nuestras opciones. La fragmentación interior, el ajetreo de la vida diaria, el ensordecimiento de nuestra conciencia, son entre otros, los problemas con los que todos nos enfrentamos en la búsqueda de nuestra unidad. Ahora bien, esa unidad humana, es requisito indispensable para poder escuchar la voz de Dios, como una voz capaz de transformar toda la existencia. Cuando Dios es recibido por un corazón fragmentado que no sabe lo que quiere, que hoy quiere algo y mañana no, que vive la vida como cápsulas disímbolas de situaciones, la voz de Dios resonará con alegría en algunas y será temida y vista como cruel verdugo en otras. "Mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre" reza desde hace muchos siglos el salmo 86. La vocación es un delicado proceso de liberación.
En este camino, necesitamos de modelos y ayudas. Un modelo maravilloso es María de Nazaret, la joven que en su proceso vocacional supo abrirse para vivir lo inesperado, aceptando ser la Madre de Jesús, luego supo discernir la hora en que su Hijo tenía que manifestar la presencia de Dios en medio del mundo, cuando le pide más vino en las bodas de Caná, y bebe el amargo cáliz de la cruz de su amado Hijo, aceptando extender su maternidad hacia todos aquellos que él amó. Ahora, desde el Cielo, María es Madre y Maestra de los hermanos de su Hijo: los cristianos. Su intercesión en este camino, es una muestra del poderío de Dios capaz de sanar heridas, capaz de abrir corazones, capaz de dar sentido a la vida, capaz de perdón y de audacia.
El cetro de María Auxiliadora nos muestra no un imperio, sino una fuerza. María no manda, María acompaña. A ella, los cristianos elevamos la mirada, recordando que es Dios mismo quien la ha fortalecido como canta bellamente el Magnificat.
Al pedir fuerza en la vocación, no dudemos en pedirle que nos enseñe a ser audaces creyentes como ella, que no temamos decirle a Dios: "Aquí estoy!" Ya no pidamos a Dios por las vocaciones si antes no le pedimos por nuestra propia vocación. La vocación no es cuestión de pedir que llame a otros, sino de que nosotros le escuchemos.
María Auxiliadora, enséñanos a acoger la voz de Dios en nuestras vidas, aún en medio de nuestras contradicciones, pues sabemos al ver tu ejemplo, que para él, nada es imposible. Amén.
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